El cártel

Desde el «Acto de fundación», en 1964, Lacan hizo del cártel “el órgano de base” de su Escuela como también de la formación del psicoanalista. Se trata de una elaboración sostenida en un pequeño grupo, cada uno de ellos se compone de tres personas como mínimo, cinco como máximo, cuatro es la justa medida. Más-una, encargada de la selección, de la discusión y del destino que se reserva al trabajo de cada uno. Casi sesenta años después, la vitalidad de este dispositivo de trabajo entre varios nunca se ha visto contrarrestada.

En la obra de Montesquieu, Usbek y Rica, recién llegados de su lejana Persia, descubrían Francia y sus costumbres tan sorprendentes mientras los burgueses parisinos, sacudidos por la diferencia, les devolvían la famosa pregunta “¿cómo se puede ser persa?”.

Cualquiera que se interese mínimamente en nuestra experiencia del cártel no dejará de estar igualmente intrigado: en el siglo XXI, cuando el saber universal está al alcance de un clic y en la comodidad de su silla, moverse tarde, por la noche, para trabajar un texto teórico o una cuestión clínica a menudo extremadamente difícil, presentar su lectura, confrontarla con la de los demás, partir contento y/o con las manos vacías… “¿cómo se puede ser cartelizante?”.    

El cártel como órgano de base

Decidir que la teoría como la praxis analítica sean estudiadas y elaboradas por el grupo, implica  desde el inicio reflexionar sobre cómo una escuela de psicoanálisis debe, como cualquier sociedad, cuestionar y ser cuestionada por los efectos de lo imaginario, de rivalidad y de agresividad, al igual que los movimientos amorosos o de fascinación por un líder. El tiempo corto y predeterminado durante el cual se constituye el cártel, y por consiguiente la aceleración y anticipación de su disolución es una primera garantía contra la homeostasis y el adormecimiento del grupo. De igual modo lo es la presencia de un más-Uno, en tanto su posición éxtima garantiza un lugar vacío, apto para convertirse en superficie de transferencia, ligado subjetivamente a un deseo de Escuela. El Más-Uno sería entonces este “líder pobre”, como lo llama Jacques-Alain Miller[1], modesto, que además, será llevado por el juego de la permutación a ser reemplazado al cabo de algunos meses: difícil, en estas condiciones, considerarse un jefe de tropa.

Exponer un saber y exponerse  

La relación al saber en el cártel es entonces necesariamente subvertida: no se viene a escuchar a un maestro que nos alimentaría de su comprensión de los textos teóricos. Más bien, hay que avanzar, solo, en nombre propio, sin distinción jerárquica alguna, para dar a entender lo que se ha extraído de una noción, de un concepto, mientras que inmediatamente, precisamente en la pregunta dirigida al grupo o por el grupo, este saber que, como dice Lacan, surge muy a menudo “en un relámpago” puede deslizarse entre los dedos y ser cuestionado rápidamente por la clínica o por cualquier otra página de Lacan que pudiera parecer contradictoria con la primera.

Si el cártel ofrece una ganancia de comprensión, su dispositivo mismo constituye por lo tanto una verdadera subversión del saber, mediante la producción no de una suma de conocimiento en buena y debida forma, cerrada, a imagen de la esfera imaginaria tan tranquilizadora de la Verdad absoluta. Se trata más bien del cuestionamiento mismo del concepto, a fortiori por los “cartelizantes” bien advertidos de que el objeto de estudio mismo que han tomado les concierne en primer lugar: confronta a cada uno de los cartelizantes con su propia relación al saber, a la comprensión, a la toma de la palabra, a su relación con el Otro, en resumen, su relación sintomática con el mundo..

El psicoanálisis, vivo…no sin el cártel

Esto es sin duda lo que sigue siendo tan poderoso, atractivo y da actualidad al cártel hoy: esta confrontación con el otro, no en la rivalidad imaginaria sino todo lo contrario. Se estudia en el cártel como en una forma de lazo social muy particular, ciertamente no para sentirse menos solo, sino sin duda porque el dispositivo inventado por Lacan es absolutamente afín al objeto mismo que es el nuestro en nuestra cotidianidad como analistas: lo que se escapa de la transmisión, lo que está sujeto a interpretación.

Lejos de todo saber enciclopédico, es pues el lazo entre práctica y teoría, que resiste al repliegue y a la franca comprensión, lo que constituye la especificidad del cártel hoy en día, y cuyo filo debemos seguir trabajando: ¿en la era de los individuos triunfantes y de la horizontalidad del conocimiento, el grupo de los cartelizantes no sería entonces el colectivo democrático por excelencia, haciendo lugar al inconsciente, a sus sorpresas y sus fallas, no en un igualitarismo de buena ley pero apto para suscitar el deseo de saber aún un poco más y asumir su compromiso a través de una enunciación cada vez singular?


[1]       Miller, J.-A., “El cártel en el mundo”, El Caldero de la Escuela, Nº 28, 1994.